Relatos cortos, reflexiones en voz alta, experiencias de vida y algún que otro recuerdo sentimental para mis amigos y compañeros, todos grumetes en este barco nuestro que es la vida; una vida que hemos decidido compartir. Para vosotros, esta bitácora.

domingo, 1 de julio de 2018

Bienvenidos a mi bitácora; últimas novedades.

¡Queridos amigos, bienvenidos a mi blog!

Para demostraros que, eso de que sigo compartiendo mi vida con vosotros fuera de Facebook no era un farol, os pongo unas fotitos de algunas de las cosas que me ocupan últimamente: nuestra modesta plantación de espárragos, que esperamos poder vender el verano próximo (tienen un aspecto muy poco atractivo, pero ¡no os dejéis engañar!), nuestro pequeño, pero muy necesario tractor, que hemos adquirido recientemente (porque hacer ciertos trabajos a mano era un suicidio), y una menda disfrutando del aire del campo. Un abrazo a todos y hasta la próxima. Husmead en mi blog tanto como queráis.










miércoles, 17 de enero de 2018

"¿Dónde están las servilletas?"

De toda la vida recuerdo la presencia de servilletas en toda clase de ágapes. Ya fueran comidas con invitados, comidas en familia, meriendas o simples aperitivos, la servilleta, ya fuera de papel o de tela, era un elemento obligado en el bodegón.  Y dado que los seres humanos somos bichos de costumbres, una vez ese elemento forma parte de tu rutina, prescindir de él resulta, si no difícil, por lo menos incómodo.
Uno de los primeros detalles que un español percibe cuando empieza a vivir en la Lituania a pie de calle (esto es, sin contar con los hoteles, restaurantes, y, a ser posible, saliendo de la Vilna europeizada), es que los lituanos no utilizan servilletas.
No es que no se vendan: a día de hoy,  tras los peores años de crisis en los 90 -después la caída del telón de acero-  y la entrada en la Unión Europea, en Lituania se vende de todo, y servilletas, tantas y tan variadas que podría empapelarse un centro comercial tranquilamente, y aún sobraría.
Tampoco es que los anfitriones sean roñosos: de hecho, cuando te haces amigo de la gente local, aprecias que uno de los rasgos más bonitos de su cultura es que a la mesa, en cualquier convite, grande o pequeño, ponen todo lo que tienen y pueden poner, que es, a  menudo, lo mejor que guardan en casa. No escatiman tampoco en la vajilla o las tazas: a menudo las familias tienen juegos de café que no usan nunca, y que sólo sacan cuando vienen invitados.
¿Qué falla entonces? Pues la costumbre, cómo no. No sé si viene de tiempos soviéticos, por déficit o por economía...El caso es que, salvo en el caso de los amigos que tienen familia en el extranjero o los que han trabajado en restauración, muchas mesas exquisitamente servidas aquejan de la ausencia de uno de los ases (a mi parecer) de la etiqueta del buen comensal.
A veces la situación es salvable: el café y el pastel van acompañados de cucharilla, y eso le evita a uno el engorro de pringarse los dedos y no saber dónde meterlos después. Como medida cautelar, desde hace ya bastante tiempo viajo siempre con servilletas en el bolso y un frasquito de desinfectante de manos (para cuando salgo de la casa, para no ofender).  Y es que a menudo, las casas que visito son tan humildes que no tienen agua corriente o WC dentro de ella, así que el truco de pedir ir al excusado no tiene cabida.
¿Qué hace, pues, un español de a pie que, con los deditos llenos de grasa, nata o cualquier otra cosa pegajosa no puede meterse la mano en el bolsillo, bolsa, etc. para sacar sus pañuelos sin dejar la ropa o el bolso hecho unos zorros? Yo no sé vosotros,  pero, para consternación de mi familia española, (que me pilló un día haciendo lo que no había hecho nunca antes), y sin que por ello me sienta orgullosa, la menda se chupa los dedos...

Crónicas lunares, o la vida de una española emigrada a Lituania

Fría, gris y con vistas magníficas...así podría describirse, grosso modo, la luna.

Fría. Lituania es, cada vez más gracias al cambio climático, un país de frío constante: aunque en invierno ya no nieva a mansalva como antes y no hiela como era la costumbre, sigue haciendo frío; pero lo realmente lamentable es que el verano está desapareciendo. Los largos días soleados que caldeaban los campos de cereales en estas tierras cada vez son más escasos, así que el año lituano empieza a parecer un largo e ininterrumpido otoño, con fríos, aguaceros, vientos (¡oh, los vientos en Lituania!) y nieves de vez en cuando...

Gris, porque, aparte de la lluvia, el sol aparece con cuentagotas, haciendo estragos en la salud de la gente, y en el humor, para qué contar...

Con vistas magníficas, (por fin la parte buena), porque la naturaleza, en esta tierra regada de contínuo por las reservas celestes, es exuberante: incluso en los días más grises, cuando la ciudad parece una enorme masa de asfalto y la depresión está garantizada, el campo sigue haciendo gala de una espectacular paleta cromática , nutrida con multitud de tonos de marrón, rojizo, amarillo y algo de verde. (No todo podía ser malo).

Es en esta luna tan particular a donde, con los mejores deseos e ilusiones y mochila al hombro, me fui hace ya casi 6 años.
Para cualquier español, este lugar tiene cosas que no podrían dejar de sorprenderle... Uno se acostumbra a ellas con el tiempo, pero, de vez en cuando, no puede uno dejar de decirse en su fuero interno: “Raritooos...”, aunque, para ellos, el raro, evidentemente, eres tú.

En estos días, me propongo cumplir con el propósito que me puse hará cosa de 3 años, esto es, contar toda clase de anécdotas y detalles interesantes que una expañola en el semiexilio voluntario, y que con una familia lituana compuesta de marido y suegros, tiene que vivir a diario.

¡Bienvenidos,pues, a la luna, queridos viajeros!

sábado, 25 de octubre de 2014

El sencillo encanto de las pequeñas cosas

Inspiración otoñal... un rincón de mi casa (continuará, por supuesto)...

miércoles, 22 de octubre de 2014

Larga ausencia

A todos mis posibles lectores debo una sentida disculpa por mi larga ausencia. A veces, a intervalos más largos o más cortos, la vida -la vida como tal, con sus giros, sorpresas y desafíos,con su actividad y bullicio- se impone por encima de todo, relegando a un muy distante segundo plano el tiempo de reflexionar en voz alta y, en mi caso particular, de escribir. Pero, ¿quién es si no la vida en sí la principal inspiración de todas nuestras reflexiones, la musa de nuestros cuentos e historias?

miércoles, 2 de marzo de 2011

Variación del "Sobre tu tumba"

Otto Von Gebben murió una mañana de abril de un ataque al corazón tras haber destruido a martillazos la obra que le había llevado la mayor parte de su vida construir. A su entierro acudieron consternados sus familiares y amigos. Todo estaban convencidos de que Otto había sufrido un ataque de locura, y, con mi sombra oscilando sobre su tumba, me pregunté qué habría llevado a mi padre a semejante fin.
Soy Patrick Von Gebben, hijo de Otto Von Gebben, relojero hijo de relojero, que a su vez fue hijo de relojero, generación tras generación hasta donde se tiene memoria.
El proyecto en el que mi padre consumió su juventud fue construir la máquina de medición de tiempo perfecta.

(Continuará).

miércoles, 2 de febrero de 2011

Iorgos

Traducción del catalán de un relato corto que escribí a los 14 años y con el que gané el 2º premio los Juegos Florales en categoría juvenil.


Te vi entrar y salir calladamente de la cámara sellada, pero no quise dar crédito a mis ojos.
Contemplamos cómo el tiempo se te agotaba, cómo se escurría de entre tus dedos como si de agua se tratara. Sopló en demasía el viento y empujó con toda su fuerza la arena de tu frágil reloj. Lo sabíamos, pero no hicimos caso.

“Me voy”, decían tus labios esbozando una triste sonrisa. Gritaban sin que te dieras cuenta; gritaban a voz en cuello y querían decir “’¡¡Vida,Vida, Vida!!”. Pero decían “Muerte”.

Lo anunciaba sin piedad tu tez lánguida y pálida mientras, enmarcados en tu rostro, tus ojos llenos de ilusiones apagaban lentamente su llama… Pero aún así, cuando el momento llegó, nadie pudo creer lo que el mundo entero anunciaba con un clamor desolado por los cuatro extremos de la Tierra. El mar bramó aquel día, el suelo se estremeció de furia, los ángeles lloraron y las estrellas guardaron luto.

Y mientras mi corazón se hacía pedazos al escuchar tu nombre repitiéndose con cada ola batiendo contra en las rocas, oí a los hombres preguntando extrañados qué hacía temblar cada rincón de la madre Naturaleza. Así fue como los pocos que nos amaron respondieron entre lágrimas: “El hermano de Tarsis ha muerto”.
Iorgos, mi hermano Iorgos, hijo de la desgracia, hijo de la voluntad: moriste una noche fría y ni siquiera puede decirte adiós. Rodeado tánsolo de los recuerdos que ahora nos rodean, sufriste la última agonía mientras la dama oscura preparaba para ti un lecho de soledad. Escuchó Dios, sin embargo, nuestras plegarias, y no padeciste demasiado. Y aún así, todavía hoy suenan los ecos de la nostalgia, mientras la sombra del tiempo lucha encarnizadamente para alejarte de mí, para conseguir que te olvide…
Aún hoy, Iorgos, correría camino a casa para hablarte, para explicarte cosas más grandes que el mismísimo mar, más inmensas que el universo…Y a veces todavía abro la puerta con la esperanza, verde como tus ojos, de verte sentado en el sofá o ante el piano, tocando con dificultad las mismas piezas que ambos acabamos dejando por imposibles.
Pero no estás. Únicamente la sala vacía, en la que danza sin descanso la música de nuestra existencia, girando con lentitud, girando deprisa, pero allí, a punto para recordarme que no te tendré más mientras el mundo sea como lo conocemos ahora.

Iorgos, mi hermano Iorgos…Siempre estarás conmigo, y en el corazón de los que te quisieron, hasta que muramos y el solo recuerdo de nuestras miserables existencias se extinga bajo el polvo de los siglos, sin misericordia. Pero mientras tanto, sabrás como sabe el sol por dónde salir cada mañana, sabrás porque, cierto como el Dios vivo es que nunca lo dudaste, que te quiero, Iorgos. Te quiero y te querré aún cuando pierda la cordura y aún cuando la bóveda celeste que cubre a los hombres, eterna y etérea, desaparezca como el temor después de la tormenta.

Iorgos, mi amado Iorgos…