Relatos cortos, reflexiones en voz alta, experiencias de vida y algún que otro recuerdo sentimental para mis amigos y compañeros, todos grumetes en este barco nuestro que es la vida; una vida que hemos decidido compartir. Para vosotros, esta bitácora.

miércoles, 17 de enero de 2018

"¿Dónde están las servilletas?"

De toda la vida recuerdo la presencia de servilletas en toda clase de ágapes. Ya fueran comidas con invitados, comidas en familia, meriendas o simples aperitivos, la servilleta, ya fuera de papel o de tela, era un elemento obligado en el bodegón.  Y dado que los seres humanos somos bichos de costumbres, una vez ese elemento forma parte de tu rutina, prescindir de él resulta, si no difícil, por lo menos incómodo.
Uno de los primeros detalles que un español percibe cuando empieza a vivir en la Lituania a pie de calle (esto es, sin contar con los hoteles, restaurantes, y, a ser posible, saliendo de la Vilna europeizada), es que los lituanos no utilizan servilletas.
No es que no se vendan: a día de hoy,  tras los peores años de crisis en los 90 -después la caída del telón de acero-  y la entrada en la Unión Europea, en Lituania se vende de todo, y servilletas, tantas y tan variadas que podría empapelarse un centro comercial tranquilamente, y aún sobraría.
Tampoco es que los anfitriones sean roñosos: de hecho, cuando te haces amigo de la gente local, aprecias que uno de los rasgos más bonitos de su cultura es que a la mesa, en cualquier convite, grande o pequeño, ponen todo lo que tienen y pueden poner, que es, a  menudo, lo mejor que guardan en casa. No escatiman tampoco en la vajilla o las tazas: a menudo las familias tienen juegos de café que no usan nunca, y que sólo sacan cuando vienen invitados.
¿Qué falla entonces? Pues la costumbre, cómo no. No sé si viene de tiempos soviéticos, por déficit o por economía...El caso es que, salvo en el caso de los amigos que tienen familia en el extranjero o los que han trabajado en restauración, muchas mesas exquisitamente servidas aquejan de la ausencia de uno de los ases (a mi parecer) de la etiqueta del buen comensal.
A veces la situación es salvable: el café y el pastel van acompañados de cucharilla, y eso le evita a uno el engorro de pringarse los dedos y no saber dónde meterlos después. Como medida cautelar, desde hace ya bastante tiempo viajo siempre con servilletas en el bolso y un frasquito de desinfectante de manos (para cuando salgo de la casa, para no ofender).  Y es que a menudo, las casas que visito son tan humildes que no tienen agua corriente o WC dentro de ella, así que el truco de pedir ir al excusado no tiene cabida.
¿Qué hace, pues, un español de a pie que, con los deditos llenos de grasa, nata o cualquier otra cosa pegajosa no puede meterse la mano en el bolsillo, bolsa, etc. para sacar sus pañuelos sin dejar la ropa o el bolso hecho unos zorros? Yo no sé vosotros,  pero, para consternación de mi familia española, (que me pilló un día haciendo lo que no había hecho nunca antes), y sin que por ello me sienta orgullosa, la menda se chupa los dedos...

Crónicas lunares, o la vida de una española emigrada a Lituania

Fría, gris y con vistas magníficas...así podría describirse, grosso modo, la luna.

Fría. Lituania es, cada vez más gracias al cambio climático, un país de frío constante: aunque en invierno ya no nieva a mansalva como antes y no hiela como era la costumbre, sigue haciendo frío; pero lo realmente lamentable es que el verano está desapareciendo. Los largos días soleados que caldeaban los campos de cereales en estas tierras cada vez son más escasos, así que el año lituano empieza a parecer un largo e ininterrumpido otoño, con fríos, aguaceros, vientos (¡oh, los vientos en Lituania!) y nieves de vez en cuando...

Gris, porque, aparte de la lluvia, el sol aparece con cuentagotas, haciendo estragos en la salud de la gente, y en el humor, para qué contar...

Con vistas magníficas, (por fin la parte buena), porque la naturaleza, en esta tierra regada de contínuo por las reservas celestes, es exuberante: incluso en los días más grises, cuando la ciudad parece una enorme masa de asfalto y la depresión está garantizada, el campo sigue haciendo gala de una espectacular paleta cromática , nutrida con multitud de tonos de marrón, rojizo, amarillo y algo de verde. (No todo podía ser malo).

Es en esta luna tan particular a donde, con los mejores deseos e ilusiones y mochila al hombro, me fui hace ya casi 6 años.
Para cualquier español, este lugar tiene cosas que no podrían dejar de sorprenderle... Uno se acostumbra a ellas con el tiempo, pero, de vez en cuando, no puede uno dejar de decirse en su fuero interno: “Raritooos...”, aunque, para ellos, el raro, evidentemente, eres tú.

En estos días, me propongo cumplir con el propósito que me puse hará cosa de 3 años, esto es, contar toda clase de anécdotas y detalles interesantes que una expañola en el semiexilio voluntario, y que con una familia lituana compuesta de marido y suegros, tiene que vivir a diario.

¡Bienvenidos,pues, a la luna, queridos viajeros!