Fría, gris y con vistas
magníficas...así podría describirse, grosso modo, la luna.
Fría. Lituania es, cada vez más
gracias al cambio climático, un país de frío constante: aunque en
invierno ya no nieva a mansalva como antes y no hiela como era la
costumbre, sigue haciendo frío; pero lo realmente lamentable es que
el verano está desapareciendo. Los largos días soleados que
caldeaban los campos de cereales en estas tierras cada vez son más
escasos, así que el año lituano empieza a parecer un largo e
ininterrumpido otoño, con fríos, aguaceros, vientos (¡oh, los
vientos en Lituania!) y nieves de vez en cuando...
Gris, porque, aparte de la lluvia, el
sol aparece con cuentagotas, haciendo estragos en la salud de la
gente, y en el humor, para qué contar...
Con vistas magníficas, (por fin la
parte buena), porque la naturaleza, en esta tierra regada de contínuo
por las reservas celestes, es exuberante: incluso en los días más
grises, cuando la ciudad parece una enorme masa de asfalto y la
depresión está garantizada, el campo sigue haciendo gala de una
espectacular paleta cromática , nutrida con multitud de tonos de
marrón, rojizo, amarillo y algo de verde. (No todo podía ser malo).
Es en esta luna tan particular a donde,
con los mejores deseos e ilusiones y mochila al hombro, me fui hace
ya casi 6 años.
Para cualquier español, este lugar
tiene cosas que no podrían dejar de sorprenderle... Uno se
acostumbra a ellas con el tiempo, pero, de vez en cuando, no puede
uno dejar de decirse en su fuero interno: “Raritooos...”, aunque,
para ellos, el raro, evidentemente, eres tú.
En estos días, me propongo cumplir con
el propósito que me puse hará cosa de 3 años, esto es, contar toda
clase de anécdotas y detalles interesantes que una expañola en el
semiexilio voluntario, y que con una familia lituana compuesta
de marido y suegros, tiene que vivir a diario.
¡Bienvenidos,pues, a la luna, queridos
viajeros!
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