Relatos cortos, reflexiones en voz alta, experiencias de vida y algún que otro recuerdo sentimental para mis amigos y compañeros, todos grumetes en este barco nuestro que es la vida; una vida que hemos decidido compartir. Para vosotros, esta bitácora.

sábado, 17 de julio de 2010

Lea usted a Galdós


No hará mucho tiempo adquirí en un puesto callejero y a precio de saldo un libro que contenía dos de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, a saber, Trafalgar y La Corte de Carlos IV. Comprarlos fue un acto casi mecánico, acostumbrada como estoy de mis no tan lejanos días de estudiante a rebuscar en los mercados y trastiendas a la caza de ejemplares de clásicos literarios -por lo general impresos en papel basto y con cubiertas de cartón igualmente bastas, pero en definitiva clásicos - a un precio ajustado a mi modesta economía.
Una vez en casa, aquel tomo granate que llevaba por portada uno de los grabados de Goya de Los desastres de la guerra pasó a la pila de los tantos otros libros, también clásicos literarios por lo general, que compiten por captar mi atención y a los que dedico mucho menos tiempo de lo que desearía. No sé muy bien qué día ni cómo empecé a leer el segundo relato -a mi parecer más español, es decir, más familiar- del ya mencionado volumen; probablemente me venció la curiosidad a pesar de que, ignorante de mí, esperaba encontrarlo soporífero.
No me malinterprete el lector: no soy una esnob que compra libros célebres sólo por tenerlos en una estantería, ni una adicta al best-seller de retórica fácil. He leído muchos de los clásicos españoles de todas las épocas: el ineludible Cervantes, el lúcido Fígaro, el bohemio Valle-Inclán… Y he flirteado, por así decirlo, con los elementales de otras literaturas, con especial predilección por los de aquellos países cuyas lenguas traduzco: los rusos, los ingleses, los catalanes, pero también los chinos, los checos, etc. Sin embargo, en un afán comprensible de abrir la mente a otros pensamientos e ideas, de observar y comprender otras formas de plantearse la vida, algunas de las más geniales figuras de nuestro fabuloso elenco nacional quedaron relegadas al olvido, siendo Galdós en estos momentos un ejemplo de lo más notorio. Desde la primera frase del primer capítulo de La Corte de Carlos IV quedé asombrada, anonadada y completamente prendada del halo de perfección que envuelve a los relatos de este titán de las letras: la construcción de las frases es de una pulcritud inverosímil, la exposición de las ideas guarda una correlación y una corrección que ni en sus sueños más osados logrará tener esta humilde escritora, y su dominio del vocabulario es la envidia de cualquier traductor que merezca ser llamado por ese nombre, de modo que,”la conclusión del asunto habiéndose oído todo”, como diría el sabio Salomón es, sencillamente, lea usted a Galdós si es que todavía no lo ha hecho, y no tenga reparos ni pereza en rescatar del baúl a todos los grandes escritores españoles de toda época sin menospreciar a ninguno, pues invirtiendo tiempo en ellos no sólo aumentará en cultura, se reafirmará en el conocimiento de nuestra rica y hermosa lengua y crecerá en su dimensión humana, sino que, como es mi caso, se sorprenderá a sí mismo pasando un tiempo de lo más entretenido.