Relatos cortos, reflexiones en voz alta, experiencias de vida y algún que otro recuerdo sentimental para mis amigos y compañeros, todos grumetes en este barco nuestro que es la vida; una vida que hemos decidido compartir. Para vosotros, esta bitácora.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Variación del "Sobre tu tumba"

Otto Von Gebben murió una mañana de abril de un ataque al corazón tras haber destruido a martillazos la obra que le había llevado la mayor parte de su vida construir. A su entierro acudieron consternados sus familiares y amigos. Todo estaban convencidos de que Otto había sufrido un ataque de locura, y, con mi sombra oscilando sobre su tumba, me pregunté qué habría llevado a mi padre a semejante fin.
Soy Patrick Von Gebben, hijo de Otto Von Gebben, relojero hijo de relojero, que a su vez fue hijo de relojero, generación tras generación hasta donde se tiene memoria.
El proyecto en el que mi padre consumió su juventud fue construir la máquina de medición de tiempo perfecta.

(Continuará).

miércoles, 2 de febrero de 2011

Iorgos

Traducción del catalán de un relato corto que escribí a los 14 años y con el que gané el 2º premio los Juegos Florales en categoría juvenil.


Te vi entrar y salir calladamente de la cámara sellada, pero no quise dar crédito a mis ojos.
Contemplamos cómo el tiempo se te agotaba, cómo se escurría de entre tus dedos como si de agua se tratara. Sopló en demasía el viento y empujó con toda su fuerza la arena de tu frágil reloj. Lo sabíamos, pero no hicimos caso.

“Me voy”, decían tus labios esbozando una triste sonrisa. Gritaban sin que te dieras cuenta; gritaban a voz en cuello y querían decir “’¡¡Vida,Vida, Vida!!”. Pero decían “Muerte”.

Lo anunciaba sin piedad tu tez lánguida y pálida mientras, enmarcados en tu rostro, tus ojos llenos de ilusiones apagaban lentamente su llama… Pero aún así, cuando el momento llegó, nadie pudo creer lo que el mundo entero anunciaba con un clamor desolado por los cuatro extremos de la Tierra. El mar bramó aquel día, el suelo se estremeció de furia, los ángeles lloraron y las estrellas guardaron luto.

Y mientras mi corazón se hacía pedazos al escuchar tu nombre repitiéndose con cada ola batiendo contra en las rocas, oí a los hombres preguntando extrañados qué hacía temblar cada rincón de la madre Naturaleza. Así fue como los pocos que nos amaron respondieron entre lágrimas: “El hermano de Tarsis ha muerto”.
Iorgos, mi hermano Iorgos, hijo de la desgracia, hijo de la voluntad: moriste una noche fría y ni siquiera puede decirte adiós. Rodeado tánsolo de los recuerdos que ahora nos rodean, sufriste la última agonía mientras la dama oscura preparaba para ti un lecho de soledad. Escuchó Dios, sin embargo, nuestras plegarias, y no padeciste demasiado. Y aún así, todavía hoy suenan los ecos de la nostalgia, mientras la sombra del tiempo lucha encarnizadamente para alejarte de mí, para conseguir que te olvide…
Aún hoy, Iorgos, correría camino a casa para hablarte, para explicarte cosas más grandes que el mismísimo mar, más inmensas que el universo…Y a veces todavía abro la puerta con la esperanza, verde como tus ojos, de verte sentado en el sofá o ante el piano, tocando con dificultad las mismas piezas que ambos acabamos dejando por imposibles.
Pero no estás. Únicamente la sala vacía, en la que danza sin descanso la música de nuestra existencia, girando con lentitud, girando deprisa, pero allí, a punto para recordarme que no te tendré más mientras el mundo sea como lo conocemos ahora.

Iorgos, mi hermano Iorgos…Siempre estarás conmigo, y en el corazón de los que te quisieron, hasta que muramos y el solo recuerdo de nuestras miserables existencias se extinga bajo el polvo de los siglos, sin misericordia. Pero mientras tanto, sabrás como sabe el sol por dónde salir cada mañana, sabrás porque, cierto como el Dios vivo es que nunca lo dudaste, que te quiero, Iorgos. Te quiero y te querré aún cuando pierda la cordura y aún cuando la bóveda celeste que cubre a los hombres, eterna y etérea, desaparezca como el temor después de la tormenta.

Iorgos, mi amado Iorgos…